Artículo publicado en Critica de la Argentina del 13 de Noviembre de 2008
-Para mí, Binner se murió. Me da mucha pena.
El domingo pasado, en su programa de radio, el profesor Mariano Grondona manifestó su indignación sin ambages. El tono y el contenido de sus frases sonaron más cerca del despecho que del análisis político. Estaba indignado. No podía aceptar que los diez diputados del Partido Socialista hubiesen votado a favor de la estatización de las AFJP.
–Pesó mucho lo ideológico, yo esperaba otra cosa –se lamentó.
Para el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, las palabras admonitorias lanzadas por una de las voces más destacadas del establishment deberían sonar como una música dulce. Binner es un convencido de la imprescindible participación del Estado en la regulación del sistema previsional. Cuando fue diputado, presentó proyectos en ese sentido y, cuando fue intendente de Rosario, en pleno furor privatista de los 90, mantuvo el Banco Municipal –tengo entendido que es el único que queda– y el Instituto Municipal de Previsión Social. Pero además, sus posiciones políticas tienen el corsé ideológico de un partido centenario que considera al Estado como el árbitro de la vida económica y social.
–En cambio, en el cuadro de honor hay que colocar a Elisa Carrió y al radicalismo –agregó en su comentario editorial.
Lo que no dijo el profesor Grondona es que, más allá de los razonables cuestionamientos sobre el destino de lo fondos y de las dudas que genera que esa masa de dinero sea administrada por personajes tan cuestionados como Julio De Vido, tanto la UCR como la Coalición Cívica dejaron en claro que están a favor del fin de la administración privada de las jubilaciones.
Si el gobierno de Cristina Kirchner hubiese tenido la lucidez y la generosidad políticas de establecer mecanismos más férreos de control sobre el dinero de los jubilados, tal vez el Congreso hubiese podido consensuar una ley. Pero el apuro y la improvisación que acompañaron la medida lo impidieron.
Las AFJP son indefendibles. Ni los diputados del PRO argumentaron con demasiada convicción en su defensa. Los privados administraron durante estos 14 años la plata de los jubilados: lo hicieron mal y a un costo altísimo para los ciudadanos.
–Entre el prescindente Reutemann y el prescindente Binner, me quedo con Reutemann –pontificó el doctor.
La elección no debería sorprender a nadie. El ex piloto de Fórmula Uno llegó a la política gracias al impulso de Carlos Menem y, en términos políticos y económicos, fue un alumno aplicado. Grondona, junto a otros colegas, brindó el paraguas mediático que le permitió al riojano rematar el patrimonio nacional casi sin resistencia.
–Estoy leyendo un libro sobre Rosas –se extendió Grondona–, y allí se ve el papel que cumplió en esa época Estanislao López. El caudillo de Santa Fe siempre fue prescindente y resultó funcional al poder central. Distinto fue lo que hizo Urquiza, quien terminó enfrentando a Rosas.
La clase de historia tuvo una conclusión obvia: Binner es como el brigadier López. Es más, Reutemann es como López. Y aunque ninguno se ponga el traje de Urquiza, de los dos, mejor el Lole.
Más allá del pretendido carácter rector de los dichos de Grondona –por otro lado, fiel a sus convicciones– y de la supuesta incorrección de los socialistas que no votaron junto a la oposición sino con el oficialismo, lo relevante es comprender cuál es la discusión de fondo. El tema es ¿para qué sirve el Estado? La respuesta de Grondona es simple: para nada. Se trata de una falacia pero abonada con cuotas de verdad. En todo caso, lo que no sirve es este Estado, porque quienes lo manejan desde hace dos décadas lo han convertido en un gigante tonto, ineficaz y fácil de robar.
Martín Caparrós lo escribió en este diario: "La Argentina necesita más Estado pero no parece que sea éste –más de éste no es una solución, es una pesadilla". Cada uno de los lectores podría aportar su cuota de frustración. Un Estado que subsidia a los empresarios sin saber cuáles son sus costos reales, un Estado que dilapida recursos o los desvía para aceitar la red de control político del Gobierno, un Estado que, en el tema de los menores que delinquen, en Buenos Aires hace veinte años que no construye un instituto para alojarlos, un Estado que tolera que miles de chicos no estudien ni trabajen, un Estado que como única respuesta a la marginalidad y la violencia en Fuerte Apache manda a la Gendarmería, claro que no sirve.
El desafío de los dirigentes honestos es reconstruir el Estado como herramienta clave para avanzar hacia una sociedad más justa. Reconstruirlo es hacerlo más eficiente y menos vulnerable a la rapiña.
En ese camino, mejor que Grondona diga que estás muerto.
El domingo pasado, en su programa de radio, el profesor Mariano Grondona manifestó su indignación sin ambages. El tono y el contenido de sus frases sonaron más cerca del despecho que del análisis político. Estaba indignado. No podía aceptar que los diez diputados del Partido Socialista hubiesen votado a favor de la estatización de las AFJP.
–Pesó mucho lo ideológico, yo esperaba otra cosa –se lamentó.
Para el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, las palabras admonitorias lanzadas por una de las voces más destacadas del establishment deberían sonar como una música dulce. Binner es un convencido de la imprescindible participación del Estado en la regulación del sistema previsional. Cuando fue diputado, presentó proyectos en ese sentido y, cuando fue intendente de Rosario, en pleno furor privatista de los 90, mantuvo el Banco Municipal –tengo entendido que es el único que queda– y el Instituto Municipal de Previsión Social. Pero además, sus posiciones políticas tienen el corsé ideológico de un partido centenario que considera al Estado como el árbitro de la vida económica y social.
–En cambio, en el cuadro de honor hay que colocar a Elisa Carrió y al radicalismo –agregó en su comentario editorial.
Lo que no dijo el profesor Grondona es que, más allá de los razonables cuestionamientos sobre el destino de lo fondos y de las dudas que genera que esa masa de dinero sea administrada por personajes tan cuestionados como Julio De Vido, tanto la UCR como la Coalición Cívica dejaron en claro que están a favor del fin de la administración privada de las jubilaciones.
Si el gobierno de Cristina Kirchner hubiese tenido la lucidez y la generosidad políticas de establecer mecanismos más férreos de control sobre el dinero de los jubilados, tal vez el Congreso hubiese podido consensuar una ley. Pero el apuro y la improvisación que acompañaron la medida lo impidieron.
Las AFJP son indefendibles. Ni los diputados del PRO argumentaron con demasiada convicción en su defensa. Los privados administraron durante estos 14 años la plata de los jubilados: lo hicieron mal y a un costo altísimo para los ciudadanos.
–Entre el prescindente Reutemann y el prescindente Binner, me quedo con Reutemann –pontificó el doctor.
La elección no debería sorprender a nadie. El ex piloto de Fórmula Uno llegó a la política gracias al impulso de Carlos Menem y, en términos políticos y económicos, fue un alumno aplicado. Grondona, junto a otros colegas, brindó el paraguas mediático que le permitió al riojano rematar el patrimonio nacional casi sin resistencia.
–Estoy leyendo un libro sobre Rosas –se extendió Grondona–, y allí se ve el papel que cumplió en esa época Estanislao López. El caudillo de Santa Fe siempre fue prescindente y resultó funcional al poder central. Distinto fue lo que hizo Urquiza, quien terminó enfrentando a Rosas.
La clase de historia tuvo una conclusión obvia: Binner es como el brigadier López. Es más, Reutemann es como López. Y aunque ninguno se ponga el traje de Urquiza, de los dos, mejor el Lole.
Más allá del pretendido carácter rector de los dichos de Grondona –por otro lado, fiel a sus convicciones– y de la supuesta incorrección de los socialistas que no votaron junto a la oposición sino con el oficialismo, lo relevante es comprender cuál es la discusión de fondo. El tema es ¿para qué sirve el Estado? La respuesta de Grondona es simple: para nada. Se trata de una falacia pero abonada con cuotas de verdad. En todo caso, lo que no sirve es este Estado, porque quienes lo manejan desde hace dos décadas lo han convertido en un gigante tonto, ineficaz y fácil de robar.
Martín Caparrós lo escribió en este diario: "La Argentina necesita más Estado pero no parece que sea éste –más de éste no es una solución, es una pesadilla". Cada uno de los lectores podría aportar su cuota de frustración. Un Estado que subsidia a los empresarios sin saber cuáles son sus costos reales, un Estado que dilapida recursos o los desvía para aceitar la red de control político del Gobierno, un Estado que, en el tema de los menores que delinquen, en Buenos Aires hace veinte años que no construye un instituto para alojarlos, un Estado que tolera que miles de chicos no estudien ni trabajen, un Estado que como única respuesta a la marginalidad y la violencia en Fuerte Apache manda a la Gendarmería, claro que no sirve.
El desafío de los dirigentes honestos es reconstruir el Estado como herramienta clave para avanzar hacia una sociedad más justa. Reconstruirlo es hacerlo más eficiente y menos vulnerable a la rapiña.
En ese camino, mejor que Grondona diga que estás muerto.
Ver artículo original: http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=15275