La historia no se compartimenta, no se segmenta. Se puede decir que el Proceso de Reorganización Nacional se inició el 24 de marzo de 1976 y culminó el 10 de diciembre de 1983. Pero ni fue proceso de reorganización, mucho menos nacional, ni se limitó a comprenderse a esas dos fechas.
La dictadura comenzó mucho antes, la fecha siempre será arbitraria. Arriesguemos el 22 de agosto de 1973 con la masacre de Trelew, un pequeño ensayo del horror que vendría luego, con la Triple A primero y las fuerzas armadas después. No casualmente en los tres casos la represión partió desde el Estado.
De lo que ocurrió entre 1976 y 1983 se ha escrito mucho, se sabe, se discute y se analiza cada año. Desde la implementación del plan terrorista, que incluía una feroz campaña de educación a través de programas de estudio en colegios y universidades; la censura de textos y autores peligrosos que podían atentar contra el ser nacional, hasta la destrucción de la economía nacional –como denunció Rodolfo Walsh en su famosa e imprescindible Carta a las Juntas de 1977- implementado por el equipo económico de los Martínez de Hoz, los Alemann, Klein, Whebe y tantos otros.
De todo eso se sabe. También de las torturas, los vuelos de la muerte, los asesinatos sin juicio alguno, de los desaparecidos. En resumen, del horror impuesto por quienes se creyeron dioses, amos de la vida y la muerte.
La tremenda desigualdad
Pero como se menciona anteriormente, la historia no es segmentada. En 1983 no terminó todo mágicamente, aún hoy aquellos años repercuten indefectiblemente. Desde lo económico con un proceso de concentración de la economía que no se detuvo, con una desigualdad entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco que continúa siendo vergonzosa.
Desde lo político, no acertando después de 30 años a revertir la concentración del poder político, el sometimiento de las provincias al gobierno central, la ruptura y desconfianza recíproca entre la política y la gente, el pueblo. Desde lo social en la ruptura de los lazos que unen a la sociedad solidariamente. El ‘sálvese quien pueda’ y la corrupción son consecuencias.
Los cambios positivos
Sin embargo, no todo es negativo y a pesar de todo lo negativo hay signos auspiciosos. Durante los últimos treinta años hubo reacciones populares, surgieron movimientos sociales en cada rincón del país, germinó una conciencia por los derechos individuales y colectivos, se comenzó a valorizar la democracia como el mejor de los regímenes y el único con posibilidades de profundizar en favor del pueblo. Y es esto lo más positivo, la conciencia del pueblo de saber que en su voluntad está el destino de la Nación, asumiendo su rol de protagonista, no solo con el voto sino involucrándose cada día más, reclamando y creando los canales de participación necesaria.
Jorge Villanova
Secretario General del Partido Socialista
Concepción del Uruguay